El sueño y más concretamente la respiración durante el mismo es un factor con una influencia clave en el crecimiento y el desarrollo físico de los niños, su rendimiento intelectual o sencillamente en su comportamiento.
El mínimo para considerar que un paciente pediátrico tiene dificultades para respirar durante el sueño y por lo tanto, se ahoga mientras duerme, son 5 Apneas por hora.
En estas circunstancias, baja la saturación de oxígeno y el esfuerzo extraordinario que tiene que realizar el niño para respirar provoca síntomas como que la respiración se haga principalmente por la boca, que al dormir el niño tire la cabeza hacia atrás para abrir el máximo posible las vías respiratorias, que el sueño sea inquieto o incluso se produzcan microdespertares, casos de sonambulismo o pesadillas. También es frecuente que los niños se despierten asustados y corran a la cama de sus padres. Otros efectos relacionados con la Apnea en pacientes pediátricos son: la sudoración excesiva y la eneuresis nocturna, (mojar la cama).
Al día siguiente, debido al consumo de energía durante la noche anterior, están agotados y el cuadro de secuelas por un descanso nocturno insuficiente continúa. Reflejándose de forma significativa en señales fácilmente observables como: somnolencia, malhumor, hiperactividad, impaciencia o irritabilidad pero también en otros problemas menos visibles a corto plazo pero especialmente graves, entre otros: déficit de atención, menor concentración, inconstancia en las actividades cotidianas, disminución de la capacidad cognitiva y en definitiva dificultades para desarrollar todas sus capacidades de aprendizaje y merma de la capacidad intelectual. Por otro lado, la falta de descanso durante el sueño no sólo afecta a su desarrollo cognitivo sino que también incide en la hormona del crecimiento limitando el desarrollo físico del niño, por ejemplo en la altura.
Generalmente, estas complicaciones se acompañan de un comportamiento hiperactivo que suele estar relacionado con inquietud, dificultad para la relajación e impulsividad. La suma de estos factores degeneran de forma habitual en una mala actitud en clase o en casa, alumnos problemáticos, bajo rendimiento académico, repetición de cursos y en último caso puede ser uno de los agravantes que desemboquen en abandono o fracaso escolar.
En pacientes pediátricos, los otorrinos recomiendan el abordaje más precoz posible
Atendiendo a la gravedad del problema se hace evidente la importancia de abordar esta patología desde el principio, preferentemente a los 2 o 3 años o lo antes posible en edades más avanzadas.
El especialista realiza un estudio en profundidad de la respiración del niño y puede proponer varias estratégias de tratamiento, Por ejemplo, la aplicación de un spry para abrir las vías nasales y permitir que respiren mejor, pero si el problema persiste se suele recurrir a un procedimiento quirúrgico que consiste en quitar o reducir el espacio que ocupan las amígdalas. Con esta intervención se consigue que los niños respiren mucho mejor, descansen durante la noche y recuperen un sueño normal.